Don Andrés: el centenario puertorriqueño es uno de los últimos veteranos de la Segunda Guerra Mundial

LUQUILLO, Puerto Rico – Entre la falda del bosque nacional El Yunque y los brazos del mar, reside Andrés González Vega, quien a sus 101 años de edad es uno de los últimos veteranos de la Segunda Guerra Mundial.
Don Andrés o “Dede”, como le dicen cariñosamente en su pueblo, fue uno de los casi 16.4 millones de soldados que lucharon en este conflicto bélico desde el 1941 hasta el 1945, como parte de la milicia estadounidense.
González Vega, quien aún conserva la lucidez y memoria de un historiador, recuerda con detalle como a sus 18 años de edad tuvo que reportarse al Campamento de Buchanan, ubicado en San Juan.
Luego de una semana de evaluaciones médicas y físicas, su nombre retumbó por el altavoz del campamento.
“Esperaba por esa llamada”, resaltó González Vega con orgullo. En fila, como todos los demás cadetes puertorriqueños, entre las edades de 18 a 30 años, González Vega entregó sus zapatos, medias, pantalón, ropa interior y camisa antes de salir del campamento y luchar en la guerra.
Ochenta años después del fin del conflicto, menos de un porciento de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial permanecen con vida. Don Andrés, quien actualmente se encuentra escribiendo un libro de memorias, es uno de ellos.
En su libro, el veterano documenta casi un siglo de vida con la ayuda de su hija, Julia González.
Mientras almorzaba con su padre en el comedor de su casa durante una tarde del mes de junio, González recordó que ha sido un reto para su padre escribir su libro, pues a Don Andrés “siempre le gusta hablar de lo bueno”.
Sin embargo, en la vida hay altos y bajos.


González Vega, reconocido como un defensor de la cultura puertorriqueña, escogió hablar sobre sus luchas y desafíos. Ambos recuerdan las decenas de ocasiones que tuvieron que pintar la casa donde vivían en Nueva York para cubrir insultos raciales escritos en grafiti como “Spic Go Home” o cuando caminaban por las calles y veían letreros que decían “Puerto Ricans Go Home”.
El libro de memorias documentará el tiempo que pasó Don Andrés en la guerra, sus vivencias en Nueva York como uno de los fundadores del icónico Desfile Nacional Puertorriqueño, y sus logros en Puerto Rico como el creador del Festival del Coco en Luquillo y coordinador de ferias artesanales en el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Mientras comía sus preferidas alitas de pollo con tostones, Don Andrés recordaba con nostalgia los días de un Puerto Rico en donde la mayoría de la gente caminaban descalzos por el campo y buscaban agua en el pozo.
Nacido en Vieques el 30 de mayo de 1924, González Vega dice que de niño cruzaba un río de camino a la escuela y cosechaba los guineos y aguacates que tanto le gustaba comer con bacalao.
A pesar de haber vivido fuera de Puerto Rico por 29 años, González Vega dice que aún se considera “un jíbaro”, una figura campesina que en años recientes se ha convertido en un símbolo de la cultura folclórica puertorriqueña.
Destacados por usar un distintivo sombrero de paja conocido como “la pava”, los jíbaros son personas que vivían en las áreas rurales de Puerto Rico hasta el siglo XIX y trabajaban en las fincas. Hoy en día artistas como Bad Bunny, con su más reciente álbum “DeBÍ TiRAR MáS FOToS”, buscan resaltar imágenes y escenas que representan a jíbaros como Don Andrés.
Camino a la guerra
Al culminar su entrenamiento militar en el pueblo de Gurabo, González Vega recibió una orden: “empaqueten todo que vamos a salir”. Decenas de camiones comenzaron a recoger a los soldados puertorriqueños y los movilizaron a San Juan.
González Vega recuerda que allí abordaron un barco gigantesco – nunca había estado en uno. En la noche cuando zarparon, lo que se veían eran las luces de la ciudad capital.
“Adiós Borinquen querida, adiós mi tierra del mar, me voy pero algún día volveré”, repitió melancólicamente, similar a las líricas de la icónica canción “En Mi Viejo San Juan”, mientras recordaba el día que por primera vez partió de Puerto Rico.
Junto a miles de soldados jóvenes, González Vega llegó a la base militar de Guantánamo en Cuba. Allí permanecieron en espera varios días hasta que una escolta naval los encaminó hacia su destino final en Panamá.
“Algunas veces sonaban las sirenas y tenían que apagar todas las luces y todos bajar al camarote y hacer silencio. Luego nos decían que había un submarino alemán rodeando el barco. Tuvimos como 3 sustos desde Cuba, sin saber a dónde íbamos. No sé cuantos días, porque el barco iba costeando, hasta que llegamos a Panamá”, contó González Vega.
Al llegar a Balboa, Panamá, lo recibió un grupo de soldados estadounidenses quienes lo sorprendieron con café y leche fresca, luego de un arduo viaje escaso de alimentos.
Apenas conociendo unas pocas palabras de inglés, que aprendió de la popular canción infantil creada en por una maestra bilingüe en Puerto Rico, González Vega cruzó la jungla panameña para llegar a su estación asignada.

Al poco tiempo de llegar a la base estadounidense en Panamá, González Vega ascendió a Soldado de primera clase y posteriormente a la posición de Sargento, donde supervisó un grupo de soldados puertorriqueños en la Estación 91.
González Vega confesó que uno de sus momentos más difíciles fue cuando su madre, María Vega, fue hospitalizada por asma en Puerto Rico mientras él estaba liderando a los soldados de su estación.
Una tarde en el Canal de Panamá, él se encontraba trabajando en un intenso entrenamiento de tiro al blanco. El desespero por estar con su mamá era tanto que le dolía mucho su cabeza. A los cinco minutos, le anunciaron que debía reportarse en el aeropuerto militar para despegar en el avión que enviaba el correo.
Don Andrés cuidó de su madre hasta su recuperación, sin embargo a los 15 días regresó a la Estación 91 en el Canal de Panamá. Su participación en la guerra culminó cuando Estados Unidos atacó a Hiroshima con una bomba atómica, la primera en el mundo, dijo González Vega. “Ahí se acabó la guerra”.
Los sargentos puertorriqueños como González Vega regresaron a su tierra natal por un mes. Aunque muchos de ellos luego se alistaron para la guerra de Corea en los 1950s, González Vega decidió quedarse en Puerto Rico con su familia.
Según relata el veterano, sus compañeros pensaron que regresarían al Canal de Panamá, sin embargo los enviaron al entrenamiento de combate en Fort Benjamin Harrison ubicado en Indianápolis, Indiana. Este grupo de soldados, son los conocidos “Borinqueneers” que compusieron el 65 de Infantería.
González Vega recibió la Medalla de Servicio en el Teatro Americano, la Medalla de Buena Conducta y la Medalla de Victoria de la Segunda Guerra Mundial.
Los retos de un puertorriqueño en Nueva York
En 1947, González Vega se mudó a la ciudad de Nueva York como parte de la ola de migración que sufrió Puerto Rico por asuntos económicos. De forma inesperada, se encontró allí con uno de sus amigos, con quien laboró en el Canal de Panamá. Andando por las calles de la ciudad, recordaron a sus colegas, quienes en su mayoría fallecieron en medio del conflicto de la Guerra en Corea.
“A lo mejor a mi me hubiera tocado a eso (de la muerte) también”, dijo González Vega.
En la Gran Manzana fue donde González Vega crió a su hija, Julia, junto a su esposa.
Una de las memorias de la niñez que su hija recuerda es de cuando regresó de la escuela un día y vió a su papá pintando una parte de la casa luego de que alguien la marcara con un insulto: “Spics Go Home”, relataron Don Andrés y Julia.
En aquel tiempo, grupos de minoría en los Estados Unidos enfrentaban las tensiones raciales de la época de la segregación y la lucha por los derechos civiles. Esa realidad marcó profundamente a Don Andrés, viendo como una persona negra podía estar estaba sentada en un lugar y si llegaba una persona blanca, debían cederle el asiento de inmediato, dijo el veterano.

Para canalizar su indignación, González Vega luchó para formar parte del grupo fundador del Desfile Nacional Puertorriqueño en Nueva York. Él recuerda cómo el grupo presionó al entonces alcalde de la ciudad, Robert Wagner, para que les diera acceso a la famosa 5ta Avenida para la parada.
“Fueron a Wagner, ‘Si quieres nuestro voto, queremos marchar en la quinta avenida’”, recordó González Vega. “Habían tantos de Puerto Rico que lucharon para cambiar el examen de inscripción para votación del inglés al español. De ahí, comenzó la política puertorriqueña, a salir muchos líderes a postularse y hoy en día, ya ves lo que hay”.
Luego de 15 años en la diáspora, Don Andrés regresó a su país, donde culminó su bachillerato en administración de empresas y trabajó como coordinador de festivales en el Instituto de Cultura Puertorriqueña y fundó el Festival del Coco en Luquillo.
“Tengo una lista y busco cumplir con todo, sin embargo, papi tiene todo en la mente. Quiero continuar las cosas como él las ha estado trabajando”, dice González, quien sueña crear un establecimiento que integre las artesanías puertorriqueñas, el café y el vino.
Ambos viven a 50 pies de distancia, en casas de cementos, rodeadas con frutos como el aguacate, los gandules y los plátanos. González llama cada mañana por teléfono a su padre para conocer cuáles son las diligencias del día. Tan pronto conversan, Don Andrés baja doce escalones desde el segundo piso de su casa para sentarse en el comedor a desayunar un vaso de leche caliente, acompañado de frutas como el guineo o la naranja.


Cuando González Vega visita El Yunque para vender sus artesanías, a veces se pregunta si debería parar de hacerlo, pues su hija le asiste con el peso que implica trasladar la mesa, los güiros, maracas y otros instrumentos
“No quiero que pares, deseo que continúes”, comentó González con gran emoción.
“Yo le doy gracias a mi Dios que me ha dado una hija como Julia, que lo es todo para mí”, afirma Don Andrés.
Cuando se le pregunta a Don Andrés si ya ha contado todo, responde con una sonrisa: “Yo no te he contado nada todavía”.
González Vega continúa sus días disfrutando sus memorias, festivales y el tiempo con su hija mientras canta su propia versión del éxito “ Café Con Ron” de Bad Bunny: “Por la mañana café y por la tarde jamón, todo lo disfrutamos sentados en el balcón.”
CORRECCIÓN: Una versión previa de este artículo indicó incorrectamente que Don Andrés vivió fuera de Puerto Rico por 15 años. Él estuvo en el extranjero durante 29 años.
Wesley J. Pérez Vidal is a graduate student at Syracuse University’s S.I. Newhouse School of Public Communications and a recipient of the competitive Newhouse Foundation Fellowship. He aspires to become a multimedia, bilingual investigative journalist.